Por suerte, la caída de Angelina no fue grave. Después de una revisión rápida, Federico la llevó de regreso a la habitación del hospital.
Me quedé en la puerta y vi a Federico ir y venir mientras cuidaba a Angelina. Me sentí como una intrusa.
—Federico, deja que la señorita pase —dijo Angelina en voz baja desde la cama.
Él me miró de reojo, pero enseguida volteó a otro lado.
Respiré hondo y entré a la habitación.
—Señorita, no se enoje con Federico —dijo Angelina, recostada en la cabecera. Estaba pálida.
—Fui yo la que le pidió que te llamara. Hay cosas que tenemos que hablar bien claro.
Me mordí los labios sin decir nada.
Federico se sentó a mi lado y me agarró la mano. Se le notaba la culpa. Movía los labios como si quisiera hablar, pero dudaba.
—Camila, hay algo que quiero decirte.
Se detuvo un segundo y luego siguió:
—Angelina y yo nos volvimos a ver en una cena de negocios. Un socio quiso obligarla a tomar y yo me metí. Al final, los dos tomamos de más y pasó lo que pasó. Este niño… lo concebimos esa noche.
Con una mirada arrepentida, me apretó la mano más fuerte.
—Te juro que en mi corazón siempre has sido la única. Sé que esto es duro para ti, pero el niño no tiene la culpa. Es mi hijo y no puedo hacerme a un lado. Te prometo que, cuando nazca, lo voy a registrar con tu nombre para que seas su mamá. Solo te pido que me entiendas.
Cuando terminó, me miró esperando una reacción. Bajé la cabeza y sentí las lágrimas a punto de salir.
Así que esa era su decisión: quedarse con Angelina y con su hijo.
Lo que más me dolía no era solo la traición, sino la mentira: ¿por qué no me lo dijo antes? ¿Por qué tuvo que divorciarse en secreto y esconderlo todo con un certificado falso?
Angelina también tenía los ojos llorosos y agregó:
—Señorita, yo nunca quise meterme en su matrimonio. Pero no tenía otra opción. Mi salud no es buena, y si perdía este embarazo, no iba a tener otra oportunidad. Se lo ruego, no le haga daño al niño.
Mientras hablaba, empezó a llorar fuerte; los hombros le temblaban mientras sollozaba.
Al verlos, sentí que me faltaba el aire.
Yo también iba a ser mamá. Sabía lo que significaba un hijo para una mujer. Respiré hondo y me obligué a sonreír.
—No voy a enojarme. Ya entendí.
Federico quedó impactado, la verdad no esperaba que lo aceptara tan fácil. Siempre supo que, aunque yo era tranquila, jamás perdonaría una infidelidad.
—Camila, ¿en serio lo entiendes?
Asentí con una sonrisa amarga.
—Federico, todo lo hacemos por la familia. Entiendo que necesitas un heredero. Al final, tu familia tiene un imperio demasiado grande como para no dejárselo a nadie. Si crees que es lo mejor, puedes llevar a Angelina a casa. Así me quedo más tranquila.
Federico se llenó de alivio y alegría.
—Gracias, Camila, eres la mejor.
Me apretó la mano fuerte, muy emocionado.
Angelina quedó sorprendida. No pensó que aceptaría tan rápido. Pero reaccionó de una y sonrió, desafiante.
La miré, sin sentir ya nada por dentro.
—Federico, si no hay más, me voy. Voy a preparar una habitación en la casa y voy a buscar una nutricionista que cuide a la señorita, para que el bebé nazca bien.
Federico asintió; todavía se le notaba la culpa en la mirada.
—Está bien, vete tranquila. Cuando termine con esto, te voy a dedicar todo mi tiempo.
Sonreí sin decir nada y me di la vuelta para irme.