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Nolan sintió que el suelo se abría bajo sus pies. El aire se le escapó de los pulmones, como si acabaran de golpearlo en el pecho.

—Eso no puede ser cierto —murmuró, con sus ojos llenos de incredulidad—. Que me disculpe la Diosa Luna, pero ella no me salvó... fuiste tú. Tú me diste la fórmula que me trajo de vuelta, Alaia…

Ella sacudió la cabeza lentamente, interrumpiéndolo antes de que pudiera continuar.

—No importa quién lo haya hecho —dijo con una voz queda—. Estoy profundamente rota y no puedo seguir así, Nolan. No puedo seguir a tu lado en este estado.

Nolan sintió una desesperación arrolladora apoderarse de él.

No podía dejarla ir. No podía perderla. No ahora que sabía la verdad, no ahora que entendía cuánto la necesitaba.

—Alaia, por favor... —su voz era apenas un susurro cargado de angustia—. Reconsidera lo que estás diciendo. No puedes irte. Podemos sanar juntos... podemos encontrar la forma de seguir adelante.

Pero ella ya no lo escuchaba. Su mirada estaba fija en algún pu
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