—Dile que no puedes o que no quieres, como prefieras —indica Amadeo, concentrado en recoger mis cosas y colocarlas dentro de mi cartera.
Otra vez su trastorno obsesivo sale a la luz. Es un maldito, un infeliz, un pedazo de materia fecal. Me siento para tratar de recuperarme, ya que estoy mareada y me duele la cabeza. Su rostro vuelve a cambiar; ahora parece preocupado por mí.
—¿Te llevo al médico? —me pregunta tratando de ser considerado. Quiere volver a tocarme, pero le corro la mano.
—No necesito de tu ayuda. Tenía todo controlado —espeto con la voz rasposa y me levanto para irme, pero pierdo el equilibrio. Me apoyo en la puerta y vuelvo a tomar aire. Ese maldito de David me ha apretado fuerte el cuello.
—No seas tonta, porque la única que va a salir perdiendo eres tú —reclama Amadeo con desidia, y siento una punzada en el pecho.
No...
No puedo...
No voy a volver a ser la misma...
Su forma de hablar tan arrogante y controladora está ahí. Sigue ahí, tratando de dañarme, haciendo que t