POV Aldebrand
Nunca he creído en las advertencias del destino, pero sí en la claridad de los años. A medida que un hombre envejece, aprende a leer señales que antes hubiera ignorado, el temblor breve en las manos, el dolor agudo que asciende por el costado como un recordatorio silencioso, el cansancio que se acomoda en los huesos sin pedir permiso. Y aprende, sobre todo, a distinguir cuándo el tiempo empieza a correr en su contra.
Fue ese cansancio —ese que ningún médico ha logrado explicar sin rodeos— lo que me llevó a tomar decisiones que otros consideraron apresuradas. Leonard, por supuesto, no lo entendió. Intentó discutirlo con respeto, pero discutió al fin. No comprendió por qué era tan imprescindible que encontrara esposa, por qué debía salir del reino durante semanas para conocer a las damas nobles que yo mismo seleccioné. Para él, era un formalismo político; para mí, era la tranquilidad de saber que el legado no quedaría en manos del azar.
Porque un rey no se sostiene solo. N