MARCELLO
Nunca es un mal día para planear la muerte de alguien, pero puede ser un verdadero dolor de cabeza. Uno de mis asociados más experimentados, Charlie, se puso en contacto conmigo más temprano. Dijo que había recibido información sobre el paradero de Franco Di Luca. Ya tenía el día repleto de mierda pendiente —cosas que había estado posponiendo para ocuparme de la situación con Keily—, pero todo eso tendrá que esperar. Cualquier cosa que me acerque a encontrarlo y matarlo tiene prioridad absoluta.
Cuando Charlie llega a mi casa, se ve más nervioso de lo habitual. Mira constantemente por encima del hombro, escanea los alrededores como si no hubiera venido cientos de veces antes. Si está tan preocupado porque alguien lo siga, debe saber algo importante.
—¿Quieres un cigarrillo? —me pregunta mientras se acerca, encendiendo uno y ofreciéndome el paquete.
—Nah, estoy intentando dejarlo. Los cigarrillos dan cáncer —respondo mientras prendo un puro.
Suelta una risa breve. —Guarda esos