Un minuto, dos… tres… Nina no pestañeaba, sentía que el corazón se le quería salir del pecho, pero al mismo tiempo era incapaz de hablar.
Jake estaba allí. No solo allí sino… ¡«ALLÍ»! a nada de ellos, con un jardín lleno de camiones de construcción.
—¿Qué…? ¿Qué estás haciendo aquí? —balbuceó y lo vio sonreír con esa risa pícara que hacía tanto tiempo no escuchaba.
—Pues exactamente lo que ve, señorita Orlenko. Me mudo aquí, y voy a comenzar con una obra bastante grande —respondió él, acercándose con un gesto coqueto.
Nina levantó la barbilla desafiante y apretó los dientes para no sonreír, pero sus ojos la delataban.
—Soy «señora», señora Orlenko, y ni crea que