Dos semanas después.
—¿Se lo puedo decir? ¿Se lo puedo decir? ¿Se lo puedo decir? —Kolya brincaba de un pie a otro mientras Aleksei le pellizcaba un brazo y se lo llevaba dentro de la casa para que no fuera a soltar lo que sabía delante de Nina.
—¡Claro que no! ¿Le quieres arruinar las cosas al cristiano? —lo regañó su hermano, que al parecer de creer que podía encontrarse a alguien mejor, ahora era un fiel defensor del pajarraco
—Pero es que… ¡mírala! —Kolya hizo un puchero—. ¡No ha comido ni dormido bien desde que se fue!
Los dos miraron a Nina que jugaba en el jardín con Victoria y Aleksei se encogió de hombros.
—Míralo por el lado bueno: ¡bajó de peso!
—¿¡Eres tarado, Aleksei!? ¿Cómo puedes hacerle eso a tu propia her