Los dos días que siguieron fueron los más largos que Nina había experimentado en su vida. Conforme atravesaban las montañas la marcha se hacía más lenta, los caminos más escabrosos y después de un día entero de moverse entre todos aquellos baches, se sentían como un par de muñequitos de esos a los que le temblaba la cabeza.
—¡Odio la minería! —rezongaron a la misma vez ella y Jake, y se echaron a reír.
Estaban sentados en el interior de la camioneta, intentando comer algo a las dos de la madrugada, después de terminar su turno de guardia. Habían tenido que armar a los trabajadores y montar turnos de guardia en la noche por si los atacaban de nuevo.
—Por eso haremos una inversión saludable y construiremos un helipuerto cerca de la mina, para que la próxima vez que vengamos, sí podamos hacerlo volando —asegur&o