Una virgen para dos CEO
Una virgen para dos CEO
Por: Dany Ram
Rosado inocente

La oficina vacía, silenciosa, oscura y su perfume volando de esquina a esquina.

Mi nombre es Lucia Jones. Secretaria del CEO de la empresa Universe, el señor Alexander Miller un hombre de por demás atractivo, es el hombre que me mueve el mundo, con el que sueño cada noche y a quien quiero entregarle mi primera vez.

Siempre lo observo desde mí puesto de trabajo… bebiendo el café negro sin azúcar que le sirvo cada mañana, disfrutando de algún libro de negocios, ausentándose de la vida por segundos, hablando con su mejor amigo y adversario Manuel Smith sobre mujeres o licores, soltado ese gesto de asco antes de llamarme a su oficina y lo que más me duele, ver a las mujeres desfilar hacia su despacho.

Gemidos, ruidos, chapoteos y muchas cosas más empapan mis oídos haciéndome querer llorar, pero hasta hoy deje mi trabajo en esta empresa y con este hombre.

Por última vez veo desde la enorme ventana de su oficina el paisaje de la ciudad con todas las luces encendidas. El vestido negro ajustado a mi figura me hacía sentir segura, los tacones negros de aguja me llevaron al camino correcto y mis cabellos lacios bailaban con la leve brisa de la noche.

—¿Por qué aun no te marchas a casa? —ruge enfadado Alexander.

—Apreciaba por última vez esta vista.

—¿Qué tiene de especial?

Frena su andar al estar a mi lado manteniendo una postura firme, la cabeza alta, destilando el poder y la agresividad al querer resolver las cosas. Su perfume masculino impregna el ambiente haciendo a mis piernas vacilar, puedo sentir como me ve de reojo sin mover ni un centímetro su cuerpo.

El movimiento perfecto para hacerme hablar.

—La vista me recuerda a ti y como ya no te veré nunca más, la aprecio por última vez.

—¿De qué hablas?

—Hablo de tu apuesta con Manuel.

—Espera… eso tiene una explicación.

Me toma fuerte del brazo acercándome a él hasta pegarme a su pecho, siento sus dedos encajarse en mi cintura, escucho su respiración alterada y para mi mala suerte al intentar rezongar veo sus ojos encontrarse con los míos.

Definitivamente lo posesivo es parte de su personalidad y no me agrada en casos como estos donde no quiero perder la batalla.

**De vuelta al presente**

Las calles de Queens siempre han sido muy complicadas de transitar, sobre todo si tienes prisa en llevarle el café a tu odioso pero sexy jefe.

Me las arreglo para llegar a la empresa lo más rápido que puedo, mi cabello estaba hecho un desastre, mi ropa se había ensuciado debido al charco por el que paso algún idiota con su auto lujoso, mis zapatos bien lustrados antes de salir estaban cubiertos de polvo y barro, y para culminar mi desgracia… toda yo, era un caos.

—¿¡Pero qué te paso, Lucia!? —Me pregunta mi compañera de departamento. Su nombre es Alicia, una belleza rubia de ojos claros y que al parecer está muy angustiada de mi apariencia.

Ambas estamos al tanto de lo irritante que se pone Alexander cuando algo no estaba como él lo quería.

—¿Esto? Es producto del diluvio que está cayendo, ¿te gusta su obra de arte? Porque yo me siento sexy —respondí irónica.

Alicia soltó una carcajada que se pudo oír por todo el departamento.

—Concuerdo amiga, te vez súper sexy, ahora ve y muéstraselo a tu jefe, luego vuelves para yo saber qué opina —le guiño un ojo divertida de la situación.

—Que graciosa —le lanzo la típica mirada de «muérete» y me retiró a los casilleros en búsqueda de ropa limpia.

Para mi suerte, todos se habían retirado a sus respectivos puestos de trabajo, incluido el mío… si no hubiera sido por la catástrofe del diluvio que me había arrollado por completo.

Rebusque entre mi casillero y para mi suerte encontré la ropa que había dejado guardada desde hace 3 días: Una sencilla blusa blanca, falda hasta las rodillas ajustada a mi silueta de color negro y por si no fuera más grande mi suerte un par de zapatillas.

Los zapatos de tacón nunca fueron lo mío y dudaba de que en algún momento lo fueran.

Me desvestí y saque de mi bolso un peine para bajar mis alborotados cabellos enredados, una vez lista y perfumada corrí al puesto de trabajo junto a mi bolso mientras retocaba el labial rosado que ya llevaba ya puesto.

En mi claro afán por llegar, sentí cómo chocaba con alguien que parecía una pared.

“¡Oh, por Dios, era Alexander! Y se le veía muy molesto...” pensé, apretando ligeramente mis labios.

Noté un ligero vistazo suyo hacia mis labios, luego bajó la mirada hasta su pecho y noté la clara mancha del labial rosado que ambos observábamos con mucho interés.

—Señorita Jones, no quisiera recordarle que esta camisa es muy costosa y su labial muy… cutre, como para que este marcado en ella.

Ahí estaba él, parado frente a mí, observándome fijamente con esos ojos azules que me encantaban mientras me trataba como si fuera una basura con sus aires de superioridad y de esa forma arrogante que detestaba. Yo lo veía con desagrado, pero su mirada me tenía claramente atrapada.

Era "decente" estando a solas conmigo, pero cuando había más de una persona cerca, el cambio de Alexander era drástico, pasaba de 80% de arrogante, obstinado y posesivo a 100% de todo lo malo que habitaba en él.

Y de un momento a otro, ocurrió lo que esperaba… escuchó aquellas risillas alrededor tras las palabras con las que me atacó. Odiaba que hiciera eso… que me tratara como si no fuera nada frente a los demás.

—Disculpe señor… —agaché la cabeza apenada—, de inmediato le traigo ropa limpia.

Escuché la risilla de un hombre a un lado de Alexander, alguien que, en efecto, no conocía.

—¡Tranquilo amigo! Ella lo lamenta en lo más profundo de su interior —soltó sin más hacia Alexander con aires de amistad —es una mancha de labial, nada más. Seguro que espantara a alguna que otra mujer interesada que quiera acercarse a ti.

—Con este labial, seguro que puedes darlo por hecho —volteó a verme y ladeó una sonrisa.

¿Estaba diciendo que mi labial es barato y de mal gusto? ¡Pero si había sido él quien me lo regaló para mi cumpleaños! Y sí que le había salido costoso. Me encargué de buscar el valor monetario del pintalabios, y no era para nada económico —rodé los ojos—, ah, este hombre era seguro que le faltaba un tornillo.

—Señor Alexander, en unos minutos comienza la reunión —intervino Alicia llamando la atención del pelinegro y por supuesto, de nuestro jefe —continúe a su oficina con su invitado y le conseguiremos ropa limpia lo más pronto posible.

Alexander asintió, agradeció a Alicia por su atención y se retiró a su oficina.

Solté de golpe la bocanada de aire que había tomado antes para no quitarle la cabeza a mi jefe con su patético comentario.

—¿Lucia, estas allí dentro? —Alicia me miró esperando una respuesta rápida.

—Sí. Discúlpame, es que hay días en que quiero matarlo —renegué—. ¿Cómo va a decir eso de su propio obsequio? Además, esa forma de verme…

—Del amor al odio solo queda un paso —interrumpió Alicia, deteniendo mi planeada ofensa, mientras yo iba por los cafés que había traído de la batalla y la causa de todo este mal rato.

Los serví con cuidado en las tazas de café hechas con vidrio tallado que había traído Alexander de uno de sus viajes. Amaba esas tazas, y nadie más que él o su amigo podían usarlas. Era un hombre realmente exigente con sus cosas personales.

—Aquí tienes —dijo Alicia, poniendo galletas de avena en la bandeja donde se encontraba el café que aún humeaba—. Llévalo a ellos y si me necesitas, solo grita.

—¿La Alicia señal? —reí ante su comentario.

—Eso es correcto y en cuanto la vea, iré a rescatarte —añadió divertida.

Solté una carcajada. Entendía a lo que se refería y sabía con certeza que era capaz de hacerlo. Tomé la bandeja con cuidado y la llevé a la oficina, deseando no ocasionar otro problema y acabar despedida.

Toqué la puerta antes de entrar. Alexander odiaba que entraran sin avisar, y lo hacía saber con notoriedad.

—¡Adelante! —escuché decir del otro lado de la habitación y seguí adelante.

Sentí las piernas flaquear al verlo poniéndose una camisa blanca limpia que, quién sabe de dónde, había sacado. Su cuerpo bien marcado y musculoso me dejaba con la boca abierta, no tenía ni rastro de un solo vello en su pecho, tal y como le gustaba a una mujer. Parecía fuerte, dominante, varonil, atractivo como el mismo diablo siendo humano. No quiero ni imaginar si estaba usando el mismo perfume o lo había cambiado por otro igual de exquisito.

Mis bragas se mojaron al ver sus ojos azules encontrándose con los míos, y mi momento de la buena vista se vio interrumpido cuando su entrometido amigo intervino.

—¡Lindura! —Manuel se levantó del asiento y fue directo hacia mí, me tomo fuerte de la cintura y me guio hasta la mesa en donde debía de dejar la bandeja —eres muy guapa, ¿ya te lo habían dicho? Porque es la pura verdad —se acercó a mí al punto de que pudiese detallar con claridad sus ojos verdes.

Estaba muerta de nervios, observando a Alexander alejarlo de mí con una mano y acercándome hacia él con la otra. Mis mejillas se ruborizaron  por completo y mi corazón latía con rapidez.

«¿Esto realmente estaba pasando? ¡Oh por dios, el hombre más sexy del planeta y  quien me trae loca me está alejando de otro hombre!»

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