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Mi amigo y su corazón prestado

Una hora después.

Estoy en mi consulta, con mi último paciente y, a duras penas, aguantándome la risa, escuchando las locuras de Nathan Malory. Uno de los doctores más querido en el hospital (por obvias razones que no voy a reproducir, ya saben dónde ir si quieren saber) y uno de mis primeros pacientes, en una consulta un tanto atípica y que pone todo mi proceso de aprendizaje a prueba.

—Déjame ver si te entiendo, Nathan. Lo que me estás diciendo es que después de años de pelear con el sexo opuesto porque creías que nadie llenaba tus expectativas, ¿te has enamorado de la mamá de tu paciente y culpas a tu corazón trasplantado? Vamos hombre, ya llevas más de cinco años con él y seguiste siendo el mismo picaflor.

—Es que no encuentro otro motivo lógico, Savannah. Tú sabes muy bien que yo no me enamoro, follo y listo, pero… pero cuando la vi, el mundo se paralizó y ese pequeñajo, si lo vieras, es una ternurita y se ve tan desvalido…

—Nath. Te estas saliendo del enfoque. La pregunta es clara y ya sé que te gustó la chica, ¿pero culpar a tu corazón?— ya tenía claro que podía pasar algo así, pero a ese extremo, jamás.

—Bueno y entonces ¿a quién culpo? Porque no puedo sacarlos de aquí—se toca la cicatriz y hace una mueca de dolor— esos dos se metieron aquí dentro y ahora tampoco puedo sacarlos de mi cabeza. Necesito obtener una respuesta a esto que siento.

—Mira Nath. El órgano que llevas no tiene porqué influir en tus decisiones, eso es simple y como médico lo sabes, el tema aquí radica en que te estás involucrando sentimentalmente con un paciente y con su madre y, como entenderás, esto raya en lo ético y profesional. Como tu consejera y amiga espero que entiendas eso y le entregues el caso a otro colega. Será mejor que hables con Bruno, sino lo haré yo. No puedes nublar tu juicio por estos “sentimientos que estás empezando a alojar” hacia ellos ¿me entiendes?

—Pero ¿cómo le digo eso a mi nuevo corazón? Esto es imposible, quiero salvar a ese niño y de paso, en el camino, conquistar a su madre ¿se entiende?

Lo que acabas de decirme es la solución lógica y la entiendo, pero dame más motivos para no salvar a ese niño.

—No te estoy dando motivos para hacerlo o no hacerlo, mi papel como tu terapeuta es escucharte y acompañarte en tu proceso de asimilación de tu nuevo órgano y las implicancias que eso conlleva, te estoy dando la respuesta lógica mirando desde el punto de vista del profesional que eres, si no te sientes a gusto con cómo lo estás tratando es una cuestión distinta y como te digo, culpar a un órgano no es la respuesta. Asume que eres tú, Nathan Malory quien no es capaz de distinguir entre lo lógico y lo emocional, esa será tu nueva tarea frente a esta situación.

Has pasado por dos trasplantes y me imagino que con el corazón de tu hermana no pensabas igual ¿O me equivoco?

—Bueno, ay Vannah, no sé. Nunca me planteé eso. Siempre he sido escurridizo en las cosas del corazón, cuando me sentía atraído por Val, era distinto. En ella vi más allá de una cara bonita, me gustaba su forma de ser y lo que me precedía estar junto a ella, aunque sabía que era un imposible.

En cambio, con esta chica, todo me molesta, quiero sentarla en mis piernas y darle unas buenas nalgadas para que entienda la gravedad de la situación de su hijo, pero a la vez me nace querer consolarla y apoyarla. Eso jamás se me había pasado por la mente con nadie.

—Mmm…

—¿Qué tanto Mmm?

—Es interesante tu forma de ver las cosas.

—No empieces Vannah. No soy tu conejillo de indias para que vengas a hacer un estudio o saques uno de tus brillantes tratados sobre la locura.

—No he dicho eso, lo que te digo es que tu parte racional y la emocional están en conflicto. Ahora, lo que debemos trabajar es ¿cómo compatibilizar ambas?— era lo más lógico, si de verdad su corazón era, en parte, el que provocaba sus cambios debía enfocar bien sus prioridades y me serviría para comprobar mis hipótesis.

—¿Una hora para que me digas lo que ya sé? — pregunta molesto y yo estoy a un tris de mandarlo a buena parte, pero es mi amigo y la verdad su caso es fascinante—, es que no sé que hago aquí entonces, no me estás sirviendo Vannah.

—Idiota.

—Hey, soy tu paciente en este momento y no tu amigo.

—Pues te estás comportando como un amigo — respondo, sin mirar y anotando algunos garabatos en mi agenda.

—Bien, entonces gracias por nada, Savannah Lewis.

—No seas pendejo, Nathan Malory. Sabes que siempre estaré para escucharte y que lo que necesites para eso estoy.

—Entonces ¿Qué hago?— me pregunta con ojos compungidos y cierta desazón en la voz.

—Deja de tratar al niño, es mi mejor opción y luego disfruta de lo que sientes por ellos, si verdaderamente estás enamorado los síntomas no pasarán, es más se intensificarán. Si es lo contrario, por lo menos no te quedarás con la incertidumbre de no haberlo intentado.

—¿Y qué hago con este corazón?

—Usa tu cerebro y contrólalo.

—Eres genial, Vannah —¿Quién lo entiende?— me voy, tengo que ver a Niccola.

—Ve con dios, hijo mío— su risa sonora inunda mi consulta, pero por fin puedo sacar la mía y ambos reímos a carcajadas.

—Bruja.

—¡Ya, vete!

Otro día más termina, otro día menos de vida ¿Qué hare hoy?

Esta noche descansaré, Nathan me estruja hasta la última gota de energía cada vez que tenemos terapia.

—Y yo que pensaba ir hoy a Shine, pues ni modo Vannah, hoy te irás a la camita a descansar que mañana será otro gran día.

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