PIERO
Abrumado, salí de la oficina de seguridad con la intención de ir a buscar a Danna y pedirle cuentas.
—¿Dónde vas? —preguntó Leo, frunciendo el entrecejo preocupado.
—A pedirle explicaciones a Danna.
—Te llevaré porque en estas condiciones, no puedes conducir —avisó, señalándome con la mano. Estaba temblando por la rabia que me produjo haberme enterado que mi propia hermana me traicionó.
Solo subí a su coche y él lo puso en marcha, conduciendo hacia la casa de mis padres.
—¿Por qué crees que lo hizo? —indagó luego de un tenso silencio.
—Tengo una vaga sospecha… pero esperemos a escuchar lo que tiene que decir. Te juro que la quiero asesinar en estos momentos.
—Creo que estamos pensando lo mismo.
Siguió conduciendo por varios minutos hasta la casona de mis padres sin mencionar otra palabra, hasta que al fin llegamos. De inmediato, ambos descendimos del coche y entramos raudamente.
Mi madre nos recibió de un modo tan cálido que tuve que contenerme para no vociferar el nombre de mi