SABRINA
Luego de aquel momento y un desenfrenado desliz en la cama, fuimos a la playa y pasamos una tarde maravillosa.
En la noche, me alisté lo más meticulosa posible, luciendo el vestido Dolce que Piero me había obsequiado. Maquillé con cuidado mi rostro y me alisé el pelo, dejándolo caer con libertad sobre mi espalda.
La velada fue intensa y por demás preciosa.
Los días siguientes no fueron distintos y Piero me llevó a conocer cada rincón de la costa mediterránea.
Casinos, recorridos en yates apostados en la bahía, otras visitas a la ópera y días intensos de paseos caminando, en motoneta o en coche.
Los quince días pasaron volando, en un abrir y cerrar de ojos, y tuvimos que volver a París sin remedio. Por un lado, el regreso me entusiasmaba porque comenzaría con la búsqueda de trabajo en varias editoriales y para ello, necesitaba un excelente currículum y la recomendación de una gran editora.
Hablaría con Lina y Piero dijo que colaboraría en mi búsqueda.
Cuando pisamos el apartame