Una pequeña esperanza

Erik y Kristen llegaron a la mansión Davis bajo el cielo teñido de un gris melancólico. Martha, sentada en el asiento trasero, mantenía la mirada fija en sus manos, temblorosa y abatida. Los acontecimientos recientes la habían dejado desmoronada, y el peso de lo que sabía parecía aplastarla.

—Martha —dijo Kristen con suavidad mientras salían del auto—, aquí estará a salvo. No tiene de qué preocuparse.

La mujer levantó la mirada brevemente y asintió con timidez, aunque sus ojos seguían reflejando un miedo profundo.

—Gracias, señora Davis, pero esto es más grande de lo que imaginan —murmuró, casi como si hablara consigo misma.

Erik frunció el ceño al escucharla, pero decidió no presionarla en ese momento. Había un proceso que seguir, y primero necesitaban asegurarse de que Martha estuviera en condiciones de hablar.

—Kristen, por favor, ayuda a Martha a ponerse cómoda —dijo Erik mientras abría la puerta principal de la mansión—. Un buen baño y algo de ropa limpia le vendrán bien.

—Claro,
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