El padre de las gemelas se encontraba solo en su casa, hace un rato que su yerno se había ido como un rayo de allí, dispuesto a buscar a su hija por cielo y tierra.
Cuando estaba tomando su abrigo y sus cosas para ir a gritarles en la cara a los inoperantes de la fuerza policial por no haber movido un dedo por su hija y su nieto, el hombre escuchó que tocaban nuevamente a la puerta.
Una pizca de esperanza lo invadió, quizás era Adrian, avisándole que abortara la búsqueda porque su hija ya había aparecido.
Se apresuró a abrir la puerta sin siquiera espiar primero a ver quién era, y cuando la abrió no se encontró al joven, sino a su hija, pero no a la secuestrada, sino a la que se había ido por voluntad propia.
Delante de él estaba la pelirroja con una expresión lastimera en su rostro.
-Alicia- exclamó el hombre.
-Hola papá- dijo la joven con un tono carente de emoción, como siempre había sido la chica.-¿Puedo pasar?
-S-si, claro…- respondió el hombre haciéndose a un lado y conteniendo