Sabía que las bodas eran estresantes, pero no así de estresantes. Con una organizadora maniática amenazando con derrumbar la puerta si no le abro, y el novio encerrado en el baño dolido por la “supuesta infidelidad” que había sufrido.
Si no me moría del estrés, ese sería el milagro de la noche.
—¡Leonora llevamos 10 minutos de retraso! ¡Necesitas salir! ¡Mi carrera está en juego si no salen ya! — me grita histéricamente al otro lado de la puerta Beatrice.
—¡Tengo diarrea, Beatrice! ¡Espera a que me limpié! — le grito estresada y casi igual de histérica a Beatrice.
En cambio, cuando golpeo la puerta del baño, hablo con suavidad.
—Dan, ayúdame por favor. No me puedes hacer esto…— ruego.
Mi celular no para de sonar, le deben estar llegando como tres mensajes por segundo.
—¡El alcalde y el gobernador están en tu lista de invitados, por si no lo recuerdas! ¡Apúrate! — insiste Beatrice.
—Dan… me van a acribillar. De todas las personas, tú no me puedes hacer esto. Siempre he confiado en ti…—