¿Quién diría que estaría acompañada de mi jefe amargado en un banco de este famoso parque? ¿Comiendo ambos cannolis y bombolinis rellenos? Sólo, que no es él por completo. Los dos devoramos los dulces italianos con gusto.
—Esto está mundial. Prometo que te pagaré lo que gastaste. Cuando me paguen, lo haré. Estoy quebrado — asegura.
Me tengo que reír por el disparate que acaba de decir. Damián Goldstein no está quebrado ni a los golpes. Le sigo el juego.
—¿Seguro que lo estás? He visto donde vives, y cómo vistes.
Él rueda los ojos.
—Lo sé, lo sé — menciona y muerde de su bombolini — Pero es un problema usar tarjetas. Todas tienen un montón de claves raras. ¿Viste todas las claves que tuve que introducir para salir?
No me extrañaría que Damián tomase medidas de seguridad extra para proteger sus finanzas de su otra personalidad. Para nada.
—¿Cómo sabías las contraseñas para salir del edificio de ser así?
—Soy bueno reteniendo información — se toca la frente — Pregúntame lo que sea me hay