A las ocho de la mañana sonó la alarma, Katherine se desperezó entre las sábanas y buscó a tientas el cuerpo de su esposo en la cama. Él ya no estaba, volvió a estirarse, resistiéndose a levantarse. Sin embargo, la molesta alarma seguía sonando. Se levantó de la cama estirándose, su cuerpo dolía de un modo extraño, los músculos parecían haberse entumecido, y aún el sueño la obligaba a abrir los ojos con gran dificultad, todo estaba borroso. Dio un paso y sintió el dolor punzante en el talón.
—¡Auch! —gimió de dolor e inclinó el pie para ver la herida cubierta, observó el carmesí invadiendo la gaza. Regresó a la cama y levantó un poco la venda. Le dolía y ardía, también estaba algo enrojecida—. Estúpido vaso, estúpida herida.
La alarma había parado hacía un minuto o dos y estaba sonando de nuevo.
»¡Ya! Ya. Estoy despierta —masculló molesta y la apagó.
Fue al baño y miró en el espejo las prominentes ojeras debajo de sus ojos. Estaba hinchada por haber dormido poco y se veía bastante