Gracias a los medicamentos que Sergio le envió a Paula, el dolor extenuante de cabeza fue cediendo. Aquella mañana ella se levantó temprano, y preparó el desayuno, observó todas las cosas de exclusivas marcas que Juan Andrés había adquirido para llenar la alacena. Resopló y negó con la cabeza.
«De todos modos no se ha portado egoísta y comparte con nosotros» pensó ella, la mala apreciación que tenía de él, empezó a cambiar, y mientras el agua para el café hervía y los huevos se cocinaban, fue a sacar a Juancho y Leoncio del gallinero, los dos animales habían pasado en cautiverio estos días y a ella no le agradaba eso.
—Pórtate bien Leoncio con el príncipe Andrew —bromeó—, no lo vayas a perseguir, no queremos que le dé un ataque de pánico.
El ave abrió sus alas y sacudió su cuerpo, como que intentó decir que no prometía nada.
Paula carcajeó al verlo.
Juancho solía subirse a un viejo estante que daba a una de las ventanas de las habitaciones, en especial la de Juan Andrés y se ponía