Al día siguiente.
Mariela arrastró su maleta por la baldosa del aeropuerto, se acercó a la ventanilla de la aerolínea para realizar el registro de su equipaje. Y luego de cumplir con esos trámites tomó asiento en las sillas de la sala de espera.
Unos minutos más tarde, anunciaron su vuelo, se puso de pie, y empezó a caminar en dirección a la pista.
«Espero ella te haga feliz» dijo en su mente.
—¡Qué nadie se mueva!
La voz gruesa de un oficial de policía la sobresaltó, y la sacó de sus cavilaciones. Los demás pasajeros se quedaron estáticos al igual que ella, entonces un par de oficiales se acercaron a Mariela.
—¡Señorita Mariela Roldán queda detenida! —La esposaron sin darle tiempo a reaccionar.
—¿Qué? —preguntó y empezó a sacudirse. —¡Esto es un error! ¿De qué se me acusa? —preguntó alterada y nerviosa, pensó que quizás sus familiares la involucraron en sus crímenes.
—¡De robo! —contestó el oficial—, tiene derecho a guardar silencio, todo lo que diga puede ser usado en su contr