XLVI Fe
—Parece cansada. ¿Está durmiendo bien? —preguntó Florencia.

Había ido a visitarla por la mañana, iba tan seguido como su trabajo en la viña se lo permitía. Alessa tenía ojeras profundas, se marchitaba.

—Las siestas las toma bien, en la noche no lo sé, yo me voy cuando el señor llega —dijo la nueva enfermera.

Florencia frunció el ceño. Llevó la silla de Alessa a la terraza, por algo de aire fresco. Le cubrió las piernas con una manta.

—Quiero mostrarte algo. Estuve digitalizado algunas fotos de los álbumes viejos. —Florencia sacó una tablet.

Había fotos de ellas de pequeñas en la viña, con el abuelo, con su padre, que habían perdido hacía tanto tiempo.

—Tú siempre fuiste su favorita y no lo culpo. Eras un encanto mientras duró tu inocencia.

Alessa movió los ojos, como si los rodara.

—Y la inocencia te duró bastante poco ¿no?

Ella volvió a moverlos.

—Alessa, si entiendes lo que digo, mira hacia arriba.

Alessa no lo hizo, pero volvió a mirar la pantalla. Fotos de su adolescencia, de l
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