—Es un explotador, pero me quedaré porque con lo que me pagará de horas extra tengo para sobrevivir un mes. No sé cómo es tan rico si derrocha de esa forma —le dijo Adeline, pero ella estaba muy distraída pensando en lo que le había dicho Harrison.
Le había pedido que se arreglara porque esa noche comenzaba su otro trabajo, Rob iba a tener una cita y los quería a ellos allí para que le dieran sus impresiones.
¿Qué clase de locura era esa? Eve pensaba que ella le diría lo que sabía de esas mujeres, no que tendría que estar presente mientras ese degenerado con cuerpo de Dios griego intentaba seducir a su futura esposa.
No lo iba a soportar, imposible, sería una tortura.
—Eve, ¿me escuchas? —le preguntó Adeline.
—Claro que te escucho y ya te dije que no me gusta mi jefe, te lo he repetido muchas veces. Si por eso soy una mustia para ti, lo acepto. Ahora voy a arreglarme —graznó y dejó a su amiga allí con el interrogante en su expresión.
—¿Y ahora a esta qué le pico? —escuchó que decía an