Marella y Dylan entraron tomados de la mano, como si una fuerza interna y poderosa les guiara, como si su unión fuera la última salvación en un mundo que se desmoronaba a su alrededor. El brillo en sus ojos decía más de lo que sus palabras podrían jamás expresar.
Ella, con su vestido hermoso y elegante, había logrado restaurarlo tras el desastre de la jornada. Aunque su peinado ya no era perfecto, su cabello largo y rizado caía con una gracia salvaje, adornado por su tocado.
Ella caminaba como si ninguna calumnia pudiera tocarla, su porte erguido como una reina.
Dylan, a su lado, con el ceño fruncido y una mirada fulgurante de rabia contenida, parecía estar a punto de estallar.
Cada paso que daba hacia el altar era un desafío, una amenaza invisible para todos aquellos que se habían atrevido a menospreciar su amor.
—¿Es esto suficiente espectáculo para ti, hermano? —la voz de Dylan resonó, fuerte y retumbante, como un trueno que sacudía las paredes del templo.
Glinda apenas pudo tomar l