••Narra Marcos Kent••
Sentía como el agua entraba en mi pulmones, me ahogaba. Y nadar con una mano no era nada recomendable. Traté de usar ambas, pero el dolor era más grande que mi sentido de supervivencia, lo cual era una incongruencia.
El agua helada bañaba mi cuerpo y mis pataletas de hacían cada vez más inútiles. Jamás pensé en encontrarme a mí misma en una posición tan miserable, tan vergonzosa. Ni siquiera me sentí de esta manera cuando aguantaba las humillaciones de Federico por ser el asistente del mecánico.
El rostro me ardía, la cabeza me daba vueltas, pero todo iba desapareciendo a medida que iba perdiendo la consciencia, hasta que ya no fui capaz de escuchar ni ver nada más. Todo se oscureció.
O eso creí.
Justo cuando estaba a punto de perder el conocimiento, unas manos tiraron de mí hasta que lograron sacarme del agua.Lo primero que sentí fue la madera del muelle. Tosí desesperadamente, liberándome del agua que llenaba mis pulmones. Mi ropa se sentía el doble de pesa