Instintivamente, mis ojos fueron a la puerta cerrada, asegurándome que Alexander no apareciera de pronto. Me levanté, observando mis alrededores, como si Marcos fuera a aparecer debajo de la cama en cualquier momento.
Me estaba llamando desde un número desconocido porque yo había terminado de bloquear su contacto.
—¿Te comieron la lengua los ratones, amor mío? —Su tono era tan bajo que sus palabras en lugar de sonar amorosas, eran atemorizantes.
De una manera que no entendía, me ardía el pecho, justo donde había dejado su marca días atrás y que ahora había desaparecido. Hasta me había olvidado que llegó atacarme, que estaba detrás de Alexander, que quería matarlo. Estos días estuve tan distraída que se me olvidó la amenaza que representaba ese hombre.
—¿Qué quieres? —Me atreví a decir, sintiendo el corazón en la garganta.
—Solo quiero hablar contigo.
Arrugué la frente al instante.
—¿Hablar conmigo? ¿Después de lo que me hiciste? —Apreté la mandíbula, asegurándome de no gr