Al caminar por la calle con Cafecito siendo sujetado por su nueva correa, me sentía como si en cualquier momento fuera a ser arrastrada por el enorme can. En algunos momentos, cuando parecía emocionarse, tenía que usar las dos manos para mantenerlo en su lugar, pero trataba de actuar normal, como si pudiera sobrellevarlo, ya que iba a ser difícil que Alexander me permitiera quedarme con una mascota a la que ni siquiera podía pasear. ¿Cómo podía ser tan fuerte con solo tres patitas?
—Dame la correa —Ni siquiera me permitió responderle, él mismo tomó la correa—. A este paso va a ser el perro quien te pasee a ti.
—Yo podía —respondí en voz baja, sin creérmelo realmente.
—Si tú lo dices —habló con algo semejante al sarcasmo, pero ni por accidente me dejó tomar las riendas nuevamente.
Alexander paseaba a Cafecito con tranquilidad, no parecía que le perturbara la fuerza del can, quién se emocionaba queriendo perseguir pajaritos que pasaban volando, pero mi esposo se lo prohibía.
Mi