••Narra Alexander••
Verla ahí, en el suelo, temblando como una hoja, con el vestido rasgado a sus pies… Fue como si alguien hubiera clavado un cuchillo al rojo vivo en mi pecho. Pero no fue solo la vulnerabilidad lo que me hizo estallar por dentro. Fue esa marca. Esa mancha rojiza y odiosa profanando la perfecta piel de mi mujer.
Alguien. Un maldito, un desgraciado había puesto sus manos sucias sobre ella. No me importaba quien fuera, le arrancaría la mano.
No solo la había lastimado emocionalmente, la había aterrorizado hasta reducirla a este estado de fragilidad desgarradora.
Su cabello, siempre tan pálido y etéreo, estaba desordenado, enmarañado por sus propias manos y la lucha por arrancarse el vestido. Las lágrimas cubrían sus mejillas sonrojadas, y sus ojos lila, normalmente tan llenos de una quietud helada, ahora eran querer salirse de su rostro. Se veía tan frágil que pensé que se desmoronaría si soplaba el viento. Y alguien había hecho eso. Alguien había quebrado a mi reina