Los días pasaban y yo seguía sorprendida de mi propio embarazo. Ya sabía que las probabilidades eran altas, pero tener la certeza absoluta me dejó en las nubes.
Tal vez era muy pronto, tal vez nos estábamos precipitando, pero Alexander ya había mandado a acomodar la habitación del bebé, con colores neutros
—¿Y si es niña? —Le pregunté, mientras lo veía escoger una cuna blanca y grande.
—¿A qué te refieres? —dijo mientras detallaba el material.
—Tú esperas un varón —jugueteé con la cartera.
Él frunció el ceño, mirándome atentamente.
—Estás equivocada, Kiara. No tengo preferencias. Seré feliz con el simple hecho de tener un hijo tuyo. Sea niña o niño.
Respiré profundo al saber que Alexander no tenía las mismas ideas arcaicas que su padre. Que mi bebé sería amado ampliamente.
—Además —añadió, volviendo a concentrarse en las cunas que ofrecía la tienda—. No tenemos que preocuparnos, porque tendremos muchos bebés. Armaremos nuestro propio equipo de fútbol.
Tragué s