Vinicius lo tenía agarrado por los brazos, inmovilizándolo mientras que yo continuaba convirtiendo su rostro en un charco de sangre. Llegué al punto en que los nudillos me dejaron de doler. No fui capaz de sentir nada.
Era satisfactorio ver cómo el rostro de ese imbécil iba perdiendo forma después de dárselas de macho golpeando mujeres, ¡golpeando a mi mujer!
Solo con imaginarme a este imbécil sobre una Kiara de ocho, de doce y hasta de veinte años, golpeándola como si fuera un saco de boxeo, provocaba que la parte más animal de mí despertara, en busca de acabar con su vida. Pero no lo haría. No se lo dejaría así de fácil.
Él tenía que sufrir de la misma forma que Kiara. Tenía que vivir con la humillación de ser golpeado, con la impotencia. Y no bastaría con solo esta golpiza. Una vez que sea sentenciado a prisión, me encargaré de que tenga tarjeta VIP, donde los presos le den su merecido continuamente, para que viva con el mismo miedo que él le provocaba a mi mujer.
—Tu turno, Vin