Capítulo 17
A la mañana siguiente.

Antes de llegar al comedor en casa de doña Inés, Ernesto se desvió y tocó a la puerta de Aranza, al escuchar la voz de la pequeña, sonrió con cariño en cuanto la joven abrió.

—Buenos días, vine a ver ¿cómo te encuentras? —indicó y su mirada se perdió en sus grisáceos iris.

—Estoy renovada —Aranza explicó sin dejar de verlo, además que aquel aroma, que él desprendía le fascinaba, era como si cayera en una especie de trance y no pudiera salir de ahí, con tan solo inhalar su deliciosa y varonil fragancia.

Se dirigieron juntos hacia el comedor de doña Inés a desayunar. La mujer de inmediato los recibió y les llevó sus platos a los tres.

Ernesto se aclaró la garganta y guiñó un ojo a la mujer.

—¿Queda muy lejos la cabaña que me comentó que tiene? —cuestionó.

—No, está como a cuarenta minutos —explicó.

—¿Cree que me la podría alquilar un par de días?—cuestionó.

—Claro que sí, muchacho, pero estando en esa condición, me preocuparía que algo te pasara, no estarí
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