Después de la inyección, Rubí empezó a sudar. Marcus le secó el sudor con una toalla. Pasaron más de dos horas hasta que la fiebre comenzó a ceder. Durante ese tiempo, ella se despertó dos veces, apenas consciente, para beber agua.
Ya entrada la noche, Marcus se preparaba para dormir en la silla junto a la cama, pero apenas se movió, Rubí le tomó la mano con una voz ronca:
—No te vayas…
Él se detuvo, sorprendido. Sintió cómo el cuerpo de Rubí se relajaba al tocarlo. Sin decir nada, se sentó al borde de la cama. Entonces, ella se giró y lo abrazó. Su cuerpo, aún caliente por la fiebre, lo envolvió. Marcus tosió con torpeza, pero terminó recostándose junto a ella, devolviéndole el abrazo en silencio.
…
A la mañana siguiente, Rubí se despertó aturdida. Descubrió, con horror, que estaba abrazada a Marcus como un pulpo. Se apartó con rapidez, sin aliento, y parpadeó confundida al ver la habitación desconocida.
Giró la cabeza y encontró a Marcus mirándola, medio sonriente, con los ojos entr