—Marcia… —Rubí apretó los puños con fuerza, sus ojos llenos de indignación y un dolor difícil de ocultar—. Puedes olvidarlo. —Su voz temblaba de rabia contenida mientras rechinaba los dientes—. No pienso dejarte ir.
—¿Qué? —Marcia palideció al instante, el pánico empezando a apoderarse de ella—. ¡No, Rubí! ¡No puedes hacer esto! ¡Me lo prometiste! Dijiste que me dejarías ir, ¡lo juraste! ¡Maldita perra, estás celosa! ¿Te molesta que yo esté embarazada de Erick? No te preocupes… tú también podrías estar embarazada. La diferencia es que el padre de tu hijo sería ese hombre asqueroso, pobre y miserable. ¡Jajajaja!
El hombre atado al pilar sacudía la cabeza con desesperación, los ojos desorbitados por el miedo. Intentaba negar todo con cada fibra de su ser, pero ninguna de las dos lo escuchaba. Sus gestos eran tan frenéticos como inútiles.
Rubí, por su parte, estaba al borde del colapso. Su mente, atrapada entre la humillación y el asco, apenas lograba sostenerse. Miró con repugnancia al