Luego de una noche divertida, Max se levanta con ánimo de prepararle el desayuno a Giselle y así sorprenderla. Así que va a la cocina, esta vez vestido para no causar problemas con su chica y comienza a buscar ingredientes.
Pero no siempre salen las cosas como piensas y ese día, para Max, sería muy diferente a lo que esperaba.
Al tener todo listo, lo coloca en una bandeja y se va a la habitación de Giselle, llama a la puerta, pero no escucha respuesta. Vuelve a tocar y pone el oído en la madera, pero en lugar de oír que entre, escucha unos ruidos que lo asustan.
Entra como una tromba, deja la bandeja en donde puede y corre al baño, porque Giselle no está en la cama. Al entrar ella está con fuertes arcadas, con la cabeza en el váter y arrodillada en el frío suelo.
—¡Giselle! —se tira en el suelo junto a ella y comienza a acariciar su espalda—. Respira, ya pasará.
—No vengas aquí… que vergüenza —le dice cuando consigue reponerse un poco—.
—Te hizo mal la comida de anoche, eso es seguro,