La mañana invita a Giselle a despertarse más sonriente, se despereza en la cama y luego se levanta, abre las cortinas para disfrutar esa vista maravillosa que le ofrece Los Ángeles. Se embebe de nuevas energías y de la vista de la ciudad unos segundos, para luego ir al baño y, cuando sale a la cocina, le llega el olor del chocolate de Max.
Por pura precaución, baja la mirada y dice tímida.
—Buenos días.
—Buenos… ¿por qué miras el suelo? —corta el saludo en cuanto se gira a verla—.
—¿Estás vestido? —pregunta ella sin apartar la mirada del suelo y jugando con sus manos—.
—¿Sabías que es de mala educación responder con una pregunta?
—Pues tú también lo hiciste —Max sonríe al ver que su carácter pendenciero regresó—.
—Levan