DANISHKA.
— Sigo sin creer que tu casa esté dentro de una putísima cueva — gimió Lucía, mientras observa todo el lugar —. Entonces, ¿está es tu casa?
Asentí.
— Sí, aunque ahora entiendo porque teníamos una casa muy peculiar — respondí. Lucía tenía el ceño fruncido —. Mis padres eran personas muy importantes… en el mundo bajo.
Puso una expresión de asombro y luego se relajó, respondiendo: — Cool. Mis padres eran drogadictos. Consumía lo que tus padres vendían.
— Mis padres no traficaban drogas. Al menos no ese tipo de drogas.
— ¿Armas? ¿Personas? — Negué —. Puedes abrir ese armario y pasarme la silla de ruedas.
Lucía hizo lo que le pedí, y una vez acomodó la silla para mí, me observó.
— ¿Había paralíticos en tu familia? — Sonreí y negué.
— Mi familia creaba un tipo de droga más potente. Ayudaba a sus hombres a recuperarse de forma más rápida, y esa misma droga con el tiempo de convirtió en un arma, porque los hombres se volvían más fuertes.
— Como los soldados de invierno — re