Una Luna para dos Alfas
Una Luna para dos Alfas
Por: Aurora Love
CAPÍTULO 1: EL CUADERNO DE DIBUJO

Mía Sullivan era una chica de muchos talentos, pero lo que más le gustaba era la facilidad que tenía para los idiomas y el dibujo. Por eso, no lo dudo ni un segundo. Obtuvo el promedio más alto en la secundaria y, a pesar de pertenecer a una de las familias más ricas de Oakwood Lane City, aplicó para una beca en la Oak University.

Por supuesto, ingresó tan fácil como si se tratase de sumar dos más dos. Sin embargo, no todo en ella era perfecto. A pesar de gozar de una apariencia atractiva, Mía pasaba sin pena ni gloria frente a las demás, pues no le gustaba destacar.

Ese día era el primero de todos en la universidad. Mía se fue con un vestuario sencillo e incluso decidió tomar el autobús.

El ambiente en Oak era muy distinto a lo que ella estaba acostumbrada en su escuela secundaria. Las mujeres se vestían con ropas escotadas y los chicos solían ir con camisetas apretadas, incluso algunos se la quitaban para jugar en el campus.

Para los ojos de Mía eso no pasaba desapercibido, así que no pudo evitar posar su mirada en uno de ellos en particular.

Antes incluso de saber su nombre, a ella no le quedó duda de que ese era el chico más guapo que había visto en su vida, y estaba segura de que debía tratarse del más popular de todos los chicos de la universidad.

Los estudiantes lo vitoreaban y cantaban la barra del equipo de futbol, mientras él se quitaba la camisa y la ondeaba en el viento con una gran sonrisa.

Decir que quedó flechada a primera vista sería quedarse corto. Mía casi se quedó sin aliento al verlo. Y fue tanta su impresión que no se dio cuenta de que caminaba directamente contra un árbol.

El golpe la trajo de nuevo a la realidad. Cayó de trasero contra el césped húmedo y ahora tenía un intenso dolor de cabeza.

—¡¿Estás bien?! —Una amable chica de piel morena se acercó a ella con preocupación.

—Mmm, sí —respondió frotando su cabeza.

—Estabas viendo a Dereck, ¿verdad?

Las mejillas de Mía se tiñeron de un rojo intenso al verse descubierta.

—¿Fui demasiado obvia?

—No te preocupes, todas lo miran así, tendrías que estar ciega para no hacerlo —admitió la chica—. Soy Cassandra —se presentó extendiéndole la mano.

—Mía Sullivan —dijo y tomó su mano, devolviéndole la sonrisa.

—¿Eres nueva aquí? —preguntó con curiosidad.

—Sí, es mi primer día. Estoy en idiomas.

—¡No puede ser! ¡Yo igual! Ven conmigo, te enseñaré el lugar.

Las dos chicas se hicieron amigas prácticamente en ese instante. Mía le escuchó con atención todo lo que Cassandra le explicaba durante el recorrido, incluso la llevó hasta las habitaciones del campus, donde ella también se iba a quedar.

Sin embargo, Mía no podía sacarse de la cabeza al guapo deportista que había visto al llegar. Una parte de ella tenía la esperanza de encontrárselo por los pasillos, pero eso no sucedió.

Como era el primer día, Mía todavía no iniciaba sus clases. Así que, al mediodía, Cassandra la llevó a comer a la cafetería de la universidad. Se sentaron a la mesa con la bandeja de la comida que habían vendido; un plato de macarrones, ensalada cesar y un par de manzanas.

—Y este… Dereck, ¿sabes qué estudia? —preguntó sin poder contenerse más.

—Veterinaria, pero te advierto que no te enamores de él —previno Cassandra sin ningún otro interés más que un consejo de amigas.

—¿Por qué?

—Porque tiene novia.

Como si Cassandra los hubiese anunciado, Dereck entró a la cafetería seguido de un séquito de personas. Al menos la mayoría pertenecían al equipo de futbol, pero él venía tomado de la mano de una chica pelirroja que sonreía de oreja a oreja.

Mía nunca había experimentado el sentimiento de los celos, pero en ese instante sintió que ardía de rabia en su interior y ni siquiera sabía por qué. Ella era consciente de que ni siquiera lo conocía, y que todo lo que sintió al verlo por primera vez no fue más que un flechazo por su increíble atractivo, sin embargo, una vocecilla en su interior le gritaba que fuese a apartar a esa mujer de su lado.

La mirada de odio con la que la vio a ella no pasó desapercibida para Cassandra.

—Oye, relájate. Si las miradas mataran, ¡uf! Pobre de ella —dijo con una risita.

El grupo de los deportistas pasó de largo y Dereck ni siquiera la notó.

—¿Esa es la novia? —quiso saber Mía.

—Sí, se llama Ginger, irónico, ¿no crees?

Mía rodó los ojos, poco le importaba el juego de palabras entre su nombre y el color de su cabello. En ese momento se sintió insignificante. Dereck ni siquiera se había dado cuenta de su presencia. Le dolió el pecho y tampoco supo darle una explicación a eso.

Terminó de comer y se despidió de su nueva amiga para ir al baño, pero no era eso lo que la tenía mal. Mía regresó a su habitación en el campus y de inmediato se puso a dibujar a Dereck.

Hizo trazos en el papel, pintó aquí y allá, como si estuviese en una especie de trance. Cuarenta minutos después, había hecho un dibujo casi perfecto del rostro de Dereck Hawk. Y así, sin quererlo, dibujar al chico del que se había quedado enamorada se convirtió en su nueva obsesión.

Dos semanas enteras pasaron desde aquel primer día. Mía prestaba atención en sus clases y seguía sacando las mejores notas como siempre, mas, en sus ratos libres, todo lo que hacía era dibujarlo a él.

Lo miraba durante sus prácticas, y cuando pasaba por los pasillos de la universidad de la mano de Ginger.

A Mía no le quedaba más opción que observarlo desde la distancia, pues, a pesar del fuerte sentimiento en ella, era incapaz de acercarse a él.

La noche del juego inaugural de la universidad, Mía se presentó, al igual que los tres mil estudiantes de la Oak para presenciar el partido. Había demasiada gente, y aunque ella buscó sentarse con Cassandra, el bullicio y el mar de personas terminaron llevándola hacia el otro lado de la cancha.

Por puras cuestiones del destino, Mía terminó sentándose al lado de Ginger. Trató de hacer caso omiso a la incomodidad, escuchar a la chica que detestaba gritar el nombre de Dereck la hacía rabiar, y por su mente pasó la idea de echarle la bebida encima, pero obviamente no iba a hacer tal cosa.

A pesar de todo, Mía no era de las que disfrutaban mirar un partido de tres horas con chicos golpeándose y corriendo de aquí para allá, así que aprovechó para llevar su cuaderno de dibujos y trazar algunos garabatos de Dereck con su uniforme deportivo.

Una hora después, Oak iba ganando por dos puntos, pero el equipo rival estaba a poco de alcanzarlos. Dereck tacleó al sujeto que corría hacia su zona y el público enloqueció. Ginger se levantó de golpe y aquella acción causó que la bebida que tenía se derramase sobre el cuaderno de Mía.

La chica se puso de pie, sintiendo una valentía que no había experimentado antes.

—¡Oye! ¡¿Qué te pasa?! ¡Ten más cuidado! —le gritó, no obstante, se arrepintió en ese mismo momento de haber hecho eso.

Ginger se volteó y la miró de arriba abajo con desdén.

—Esto es un partido de futbol, no un taller de pintura. No es mi problema —bufó y giró los ojos echándose a reír. Sus amigas la secundaron.

Mía enfureció, pero en lugar de explotar contra ella, decidió que tenía que irse de ahí. Tomó sus cosas y quiso abrir el paso para alejarse cuando volvió a tropezarse con Ginger.

Esta vez su cuaderno resbaló, pues lo sujetaba entre el brazo y el torso de su cuerpo y aterrizó abierto en el suelo.

Fue inevitable que todos los que estaban ahí lo viesen, en especial Ginger.

Mía quiso agacharse a recogerlo a toda prisa, pero la pelirroja fue más rápida. Tomó el cuaderno y empezó a ojearlo cada vez más boquiabierta. De inmediato soltó una gran carcajada que hizo sentir a Mía realmente avergonzada.

—¡Dame eso! —exigió.

—¿Quién te crees que eres? ¿Por qué dibujas a mi novio?

—¿De verdad lo dibujó? —preguntó una de las amigas acercándose a Ginger.

—Por favor dámelo —suplicó Mía agachando la cabeza, en ese momento solo deseaba que se la tragase la tierra.

—¡Qué miedo! Dereck tiene una acosadora —se burló Ginger—, mira hasta lo ha dibujado sin camisa.

Todos los que se encontraban ahí soltaron carcajadas de burla y la miraron con pena.

—¡No soy una acosadora! —se defendió Mía.

—Qué ilusa eres si piensas que tienes alguna oportunidad con mi novio. —Ginger recalcó esas últimas palabras, no le gustaba que otras chicas mirasen a Dereck, mucho menos que lo dibujaran tan bien, pero eso no lo iba a admitir frente a ella—. ¿Ven esto? Los sapos quieren comer carne de cisne —bromeó de forma despectiva.

Mía apretó los puños, estaba a punto de lanzársele encima y arrancarle el cuaderno cuando escuchó la voz de Dereck. Ella ya lo había oído antes, pero nunca tan cerca como en ese momento.

—¿Qué ocurre aquí, Gi?

La pelirroja y los demás se dieron la vuelta. Mía enrojeció con una mezcla de rabia y vergüenza, si él veía ese cuaderno, estaba segura de que iba a morir.

—Tienes una acosadora —le dijo Ginger enseñándole el cuaderno.

Dereck tomó el rectángulo con cubierta de cuero sintético marrón y observó los dibujos, acto seguido levantó la mirada hacia la chica.

En el instante en que sus ojos se cruzaron, Dereck sintió un pulso intenso en su pecho. Su corazón se detuvo brevemente y le costó trabajo respirar. Y no fue por la belleza de Mía, aunque él no le quitaba mérito a ese rostro de ángel inocente; sino más bien por algo mucho más poderoso que la simple atracción.

Nadie lo sabía, él se había asegurado de mantenerlo en total secreto, deseando enterrar su pasado sobrenatural y alejarse de la otra parte de él, esa de la que renegaba. Pero cuando vio a Mía supo que esta vez no iba a ser tan fácil, porque para un hombre lobo es casi imposible negar la conexión instantánea que tiene cuando ve a su mate por primera vez.

Dereck lo supo ni bien la vio. Todavía le costaba trabajo comprender cómo funcionaba el vínculo de la luna, pero ahí estaba su mate. Una humana simple que él no había buscado en lo absoluto, y que, sin embargo, llegó a él como si el destino se hubiese encargado de ello.

Le sostuvo la mirada por cinco segundos antes de volver la vista al cuaderno.

—Devuélveselo —exigió a Ginger.

—Pero…

—¿Acaso importa? Sabes que tengo cientos de fans en esta universidad. Devuélveselo y déjala ir.

Ginger resopló, pero le obedeció. Mía tomó el cuaderno sintiendo que iba a morirse allí mismo, salió corriendo con el cuaderno abrazado a su pecho y las lágrimas a punto de escapar.

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