El martilleo en mi pecho no ha cesado desde que abrí los ojos, pero se convirtió en un redoble ensordecedor cuando Drack se marchó. Me dejó con el alma hecha un desastre, la ansiedad arañándome las entrañas al imaginarlo en peligro. Su territorio está bajo ataque y él, un guerrero primitivo, un hombre lobo, se ha lanzado a enfrentar a los responsables. Aunque sé que es una fuerza imparable, una parte traidora de mi mente insiste en imaginar escenarios funestos. Los latidos desbocados no solo me golpean el pecho, sino que me revuelven el estómago, anudándolo con un miedo helado: la idea de perderlo.
Me muevo por el interior de la cueva, consumida por la desesperación. Si sigo así, terminare abriendo un agujero en la tierra de tantas vueltas que he dado, un remolino de nervios. El tiempo se ha vuelto un tormento, eterno y lento, desde que Drack salió de la cueva, dejándome con un vacío insoportable por su ausencia. Los minutos se arrastran, hasta que, por fin, el pedazo de piel que cubr