[FRANCESCO]

El sonido de las notificaciones no se detiene. Decenas, tal vez cientos de alertas estallan una detrás de otra en mi teléfono mientras la pantalla reproduce lo que nunca debió salir a la luz. La gente empieza a gritar dentro del salón. Un murmullo colectivo, una mezcla de sorpresa y morbo, se extiende como un incendio.

No necesito mirar las caras. Sé lo que están viendo. Sé lo que ya circula por todas partes: Sofía y yo, en Las Vegas.

El problema no es que estuviéramos juntos, eso el mundo lo supo. El problema es que es un video de nuestra intimidad.

Cierro los ojos por un instante. Siento su mano temblando entre la mía. El miedo, el peso del pasado, el amor que aún me arde en el pecho. Y también la certeza de que ya no hay escapatoria para enfrentarnos a nuestros enemigos.

Cuando abro los ojos, todo se aclara. Mi respiración se estabiliza. La decisión ya está tomada.

—No corras —le digo, sosteniéndole la mano—. Si lo haces, le darás la razón a todos.

—Francesco, por favor