ISABELLA RODRÍGUEZ
En los días previos del concierto que daría en el campo de entrenamiento número cinco, mi madre se enteró de la cantidad de multas que me gané por mi hazaña automovilística. Las preguntas no pararon. ¿Por qué había conducido sin prudencia desde esa cafetería hasta la playa? No supe qué responder.
—Isabella… Sé que no estuve durante gran parte de tu vida, pero eso no quita que soy tu madre. —Su rostro expresaba miedo y tristeza a la vez. Se levantó del piano y tomó mi rostro entre sus manos—. Te amo, lo sabes, ¿verdad?
Asentí como lo haría una niña regañada.
—Yo… no quiero que sufras, no quier