GABRIEL SILVA
No pude más contra mis instintos y cuando sentí sus caderas entre mis manos y su cuerpo se retorció de esa manera tan dulce, le saqué el vestido, dejándola en lencería y liguero.
Isabella no era como todas esas mujeres con las que alguna vez había estado, no se comportaba sensual y salvaje, no era experta en la cama y su mirada no destilaba lujuria, pero había algo en su nerviosismo y sus ojos cargados de súplica que me enloquecía y me hacía sentir hambriento por someterla.
Este era el único momento en el que su rebeldía se veía reducida y se comportaba dócil y frágil. Estaba ardiendo, mi entrepierna palpitando y mi mente completamente nublada por el deseo. Desgarré sus bragas y le arranqué el brassier, deseoso de volver a saborearla.
Quería ser gentil, per