Durante algunos mínimos, Jazmín estuvo en silencio, pensando en lo qué debía hacer.
Se levantó de la cama, recogió el estuche rojo y colocó dentro el anillo. Cerró su mano y salió con determinación de la habitación. Mientras bajaba las escaleras vio a Soledad quien venía del comedor con los platos intactos como los sirvió.
—Soledad… —dijo en voz firme— ¿El señor Ethan sigue en el comedor? —preguntó.
—No, Jazmín. —Soledad negó con la cabeza al mismo tiempo mientras respondía— No quiso comer. Creo que fue hasta la biblioteca.
La pelicastaña asintió. Se dirigió hacia el pasillo contrario, en dirección a la biblioteca. Sentía la sangre hirviendo debajo de su piel. Se detuvo frente a la puerta, sin tocarla, abrió y entró a la habitación. No iba a permitir que Ethan jugara con ella, no esta vez.
Se detuvo frente a la puerta. Por un instante dudó, apretó los labios y el estuche en su mano, y entonces la abrió de golpe.
Ethan estaba de espaldas, inmóvil frente a la ventana. Sobre el