Mientras Jane ideaba junto a su madre, aquella venganza, Ethan entró a la mansión, subió las escaleras y fue directamente hasta la habitación de su pequeño. Abrió la puerta, dirigió la vista hacia el sillón… Jazmín no estaba.

Una sensación de angustia, lo invadió de pronto. Salió de la habitación y fue hasta su dormitorio, tocó un par de veces antes de abrir, pero tampoco estaba. Rápidamente se disparó en su cabeza, un gatillo mental…

¿Se había ido? ¿También lo había abandonado?

Regresó al pasillo, bajó precipitadamente las escaleras topándose con ella, en el último peldaño.

Ethan sintió cómo algo en su interior se encendía. Corrió hacia ella y, sin darle tiempo a reaccionar, la rodeó con sus brazos, abrazándola con una fuerza como si quisiera retenerla junto a su pecho para siempre.

—¿Qué… qué haces aquí? —preguntó con voz firme—. Creí que no vendrías a almorzar.

Aquellas palabras cargadas de sorpresa, eran incapaces de ocultar lo desconcertada que estaba.

—No quería dejarte