El único culpable...

Mateo permaneció de pie, inmóvil en medio de la sala, con la mejilla aún ardiente por la bofetada de Stella y el pecho desgarrado por la partida de Tatiana. Se llevó las manos al rostro y maldijo en voz baja.

—¡Maldita seas, Stella!

El apartamento, que minutos antes había sido testigo de intimidad y complicidad, ahora se convertía en una celda vacía y fría, en la que él, no sólo era el único acusado sino también, el único que resultó siendo culpable.

La humillación de Stella, sus amenaza, la mirada de desprecio de Tatiana, ambas lo habían condenado con palabras y silencio.

Lleno de impotencia y de ira, golpeó la mesa con violencia, haciendo caer los platos que había preparado para compartir con la única mujer que lo veía, por quien realmente era.

Mateo se dejó caer en el sofá, con la cabeza hundida entre sus manos. Su vida, que hasta entonces creía bajo control, comenzaba a desmoronarse en cuestión de horas.

Las palabras de Stella resonaron en su cabeza. “Mi hijo va a saber
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