Desconcertada y herida...

La operación dio inicio. Ethan caminaba de un lado a otro en la sala de espera. La sola idea de que su hija pudiera… ¡No! se negaba a pensar en ello.

“Danna tiene que estar bien, Dios, por favor” se repetía, una y otra vez cada que un pensamiento negativo le pasaba por la mente. Estaba realmente desesperado y lleno de angustia.

Juliette, aunque fingía preocupación, no derramaba ni una sola lágrima. Esa indiferencia lo llenaba de frustración. En cambio, Mariela, la niñera de su pequeña, parecía al borde del colapso. No paraba de mover las piernas de forma ansiosa, tenía los ojos enrojecidos, por lo cual, era de suponer, había estado llorando, las manos le temblaban y murmuraba cosas en silencio.

Ethan, al ver el amor que Mariela mostraba hacia su hija, recordó a Jazmín. Quizás Mariela también era como ella, una mujer capaz de amar a un hijo ajeno, como si fuera suyo.

Hubo un momento en que Juliette desapareció de la sala. Por lo que Ethan tomó asiento junto a Mariela. Con un ges
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