La incomodidad se puede cortar con un cuchillo en este duelo de miradas entre los tres. Ya no sé qué es peor, que ninguno hable o que, mirando disimuladamente mi reloj, me haya pasado de la hora de entrada a mi turno.
—¿Te perdiste? ¿Te subimos a tu habitación? — dice rompiendo el silencio Luciano.
Pero no es que lo rompa para bien, lo rompe para mal, muy mal. A Leandro se le frunce más el ceño.
—Quién se perdió con mi enfermera, fuiste tú Luciano. Te dije que te quería lejos del personal femenino de esta casa — sentencia Leandro.
—Tienes como a cien mujeres contratadas, es imposible, no seas obtuso — se queja Luciano.
—18 con Lucía — acota mi jefe.
—¿18 qué? — repica fastidiado Luciano.
—No hay 100 mujeres trabajando en esta propiedad, son 18 con Lucía. El resto son hombres — explica Leandro.
—Sí, interesante dato. No hubiese podido vivir sin él…
Leandro suspira por la actitud de su primo. ¿Quién no? Era un desastre y yo otro desastre al seguirle el juego. Una acción que tiene un pre