2.1

—He hablado con el personal directivo de Hendricks Industries —dijo—. Ellos piensan que… no hay solución para nuestra situación —lo miró de reojo, pero él no dijo nada, sólo seguía mirándola fijamente. Tragó saliva y siguió—. Tenía la esperanza de que entre los dos pudiéramos llegar a un acuerdo. O entre los tres, pero su hermano no vino.

—Tal como le dije a su madre, no era necesaria la presencia de Robert aquí.

—Bueno, dado que son socios…

—En este caso, la decisión final la tomaré yo… o usted y yo, según el acuerdo al que lleguemos.

—Nos han hablado de matrimonio —atacó Jennifer de inmediato, pensando tomarlo por sorpresa al abordar el tema sin preámbulos, pero él no pareció sorprendido—. Quiero que sepa que lo descarto por completo—. Por fin una reacción, notó ella. Él elevó una ceja y siguió mirándola—. No pienso casarme por dinero.

—Entonces… ¿a qué he venido?

— ¿Disculpe?

—Pensé que se me había hecho venir aquí porque esa parte ya estaba decidida. Hay más de cien millones de dólares en medio, y son nuestros; ustedes no los pueden pagar… ¿Qué piensa hacer, entonces? —Jennifer se fue poniendo roja. ¿Qué tipo de hombre era este? No se parecía a nada que hubiese tratado antes. No era, desde luego, un caballero, echándole en cara de inmediato la cantidad de dinero que le debía. No eran tres centavos, era mucho, ¡mucho!

—Entonces, ¿sólo vino aquí porque creyó que ya tenía las manos puestas sobre Hendricks Industries?

—Vine aquí a conocer a mi futura esposa.

— ¡No seré su esposa!

—Entonces, no hago nada en esta casa —dijo él poniéndose en pie—. Nos veremos en las cortes, supongo.

— ¿En las cortes? —preguntó ella palideciendo y poniéndose también en pie— ¿Por qué las cortes?

—Porque requerimos de ese dinero. Si no están dispuestos a pagarlos, entonces, tendremos que buscar la manera de recuperarlo.

— ¡Tampoco lo recuperaría si se casa conmigo! —él sonrió al fin, pero fue una sonrisa desagradable, gélida.

—A cambio de los beneficios que supone ser el marido de una Hendricks, del pase de abordaje que esto me daría a la más alta sociedad… a los beneficiosos vínculos que de aquí en adelante podremos establecer… bien vale la pena sacrificar cien millones de dólares.

—Es usted un… —él la miró esperando a que terminara su frase, pero ella pareció darse cuenta de que no podía insultar al hombre que tenía su vida y su economía en sus manos, y se compuso tan rápido como pudo—. No puedo casarme —dijo, e, inevitablemente, los ojos se le humedecieron—. Ya tengo un novio… y estoy enamorada de él.

— ¿Qué clase de novio es que no ha podido proporcionarle una salida a la situación en la que está?

—No conoce mi situación, y de conocerla, Sean no podría hacer nada, ya que es de una condición social menos privilegiada.

—Sean es pobre —se burló Jeremy—. Pobre diablo.

— ¡No le permito que hable así de él!

—Lo ama, pero no le ha confiado la situación tan terrible en la que está; que puede que se case con otro para salvar su trasero de la pobreza, y que ya no es la rica que seguramente él cree que es.

— ¿Qué está insinuando? ¿Y qué manera es esa de hablarme?

—Me parece que no es cierto eso de que ama al pobre Sean —siguió Jeremy dando unos pasos hacia la puerta.

— ¿A dónde va?

—A casa. Tengo hambre.

—Pero… —Jennifer se encontró, por primera vez en su vida, sin saber qué hacer, ni qué decir; ni siquiera, cómo comportarse en su propia casa y delante de un hombre. Dios, de verdad, ¿qué tipo de hombre era este?

—Vine aquí específicamente por una razón, pero usted la ha echado por tierra. Esto conlleva al rompimiento de todo convenio que hubiese entre los Hendricks y los Blackwell en el pasado. De ahora en adelante, de nada sirve que nos conozcamos personalmente, lo haremos todo a través de nuestros abogados—. Él llegó a la puerta y la atravesó sin siquiera girarse para despedirse.

Se estaba yendo de verdad, no era un farol.

Jennifer tuvo que correr tras él. Lo alcanzó en el jardín, y le tomó la mano para detenerlo. Él sólo se giró y la miró como si nada.

—Entiéndame —le pidió ella soltándolo en cuanto hicieron contacto visual—. Es algo… moral.

—La moralidad no pagará sus deudas.

— ¡A usted no lo amo, ni siquiera lo conozco! ¡A Sean sí! No sé si lo entienda, pero…

—No. No lo entiendo. No me interesa, tampoco. Siga con Sean, nada se lo impide.

—Claro que sí, ¡usted y su… intransigencia me lo impiden!

—Me llama intransigente porque no le regalo cien millones de dólares que me pidió prestado su padre. Me llama intransigente porque no le dejo ser feliz al lado de su pobre Sean conservando también su vida acomodada cuando fue su padre el que la privó de ello. Si quiere echarle la culpa a alguien, échesela a William Hendricks, que aun cuando estaba endeudado, no hacía sino prestar más dinero, arriesgar más, hundirse más. No me culpe a mí. Yo sólo soy un hombre de negocios cobrando su dinero, dispuesto a hacer un trueque milenario: matrimonio, dinero, posición social… ¿No la educaron a usted para esto? ¿No se supone que las niñas de la alta sociedad crecen con el conocimiento de que ni su cuerpo, ni sus vidas les pertenece? —Jennifer apretó sus labios e intentó contener las lágrimas. Respiró profundo odiando que él tuviera razón. Él tenía razón, diablos, pero no podía evitar dar una última brazada antes de hundirse.

—Le… le pagaré.

— ¿En cien años? Quién disfrutará ese dinero al final, ¿mis tataranietos? No, señorita Hendricks. Usted no podrá pagar.

—Entonces…

—Pague de la manera que puede, con lo único que tiene —él la miró de arriba abajo, y Jennifer elevó la mano dispuesta a abofetearlo, pero él se la detuvo antes de que hiciera impacto. Le torció suavemente el brazo hasta que casi la pegó a su cuerpo, y ella pudo mirarlo detalladamente a la luz de las farolas exteriores de la casa—. Como mi esposa, a usted no le faltará nada —le dijo con voz grave, casi ronca, y Jennifer contuvo una exclamación, aunque no supo si de sorpresa, enojo, o alguna otra emoción.

Él había cambiado su tono de voz y ahora parecía un hombre completamente diferente, con su rostro tan cerca del de ella, mirándola con sus fríos y azules ojos.

—Nada te faltará—siguió él—, en ningún sentido; yo me encargaría de que fueras la mujer más mimada sobre la tierra. Eres hermosa, y parece que eres inteligente; ya con eso, tienes casi el noventa por ciento de las cosas que busco en una mujer. Si además eres leal, lo tendrás todo, Jennifer. El paraíso, si me lo pides—. Jennifer sintió un leve estremecimiento al escucharlo. Sus palabras, sus promesas que, de alguna manera, no sonaban huecas, como las de los hombres ordinarios; y su nombre en sus labios, con esa voz… Parecía, más que una promesa, un juramento.

Este hombre jura y cumple, pensó. Para bien, o para mal.

—Amo a otro hombre —insistió. Él la soltó, y a pesar de lo profundas que habían parecido sus palabras anteriormente, ahora simplemente se encogió de hombros.

—Es tu decisión, entonces—. Sin vacilar, él caminó hacia su auto y se internó en él. Jennifer lo vio irse sintiendo que el cuerpo le temblaba. Esta reunión había ido muy mal, muy diferente a como lo había imaginado.

Lo había hecho todo mal, pero no esperó que este hombre fuera así. Otro, más caballero, más educado, habría llegado a un acuerdo con ella. Pero al parecer, éste era harina de otro costal.

Claro que lo era, pensó con desprecio. No había sino que mirar cómo vestía para saber que definitivamente no era como los demás hombres.

— ¿Qué pasó? —preguntó Lucile llegando a su lado—. ¿Por qué se fue? —Jennifer cerró sus ojos. Había dejado ir la que al parecer era la única manera de que su madre siguiera conservando su estilo de vida, su casa, su tranquilidad.

—Mamá… perdóname —susurró—. Parece que vamos a ser pobres—. Lucile se acercó a su hija y le rodeó los hombros. Ella, llorando, se recostó en el suyo.

— ¿Es tan insufrible que no soportas estar con él ni diez minutos?

— ¡Es horrible!

—Está bien, entonces. No pasa nada. Si esto me hubiese pasado con William, tampoco me habría casado —Jennifer se separó de su madre y la miró confundida. Lucile sonrió—. El nuestro, también fue un matrimonio por conveniencia.

— ¿Qué? ¡No! ¡Ustedes se casaron enamorados!

—Nos enamoramos casados, que es diferente. Pero si Jeremy Blackwell no es capaz de conquistar el corazón de mi hija, no vale la pena. Ven, vamos a cenar.

—Oh, mamá, la cena. Lo siento tanto.

—Es él quien debe lamentarlo. En ningún restaurante probará un plato como el que yo le había preparado.

—Llamas demasiado pronto —dijo Robert por teléfono hablando con su hermano. Jeremy hizo una mueca mirando fijamente la carretera.

—La señorita no quiere casarse. Fin del acuerdo.

— ¿Prefiere la bancarrota? No es posible.

—Parece que sí —Jeremy dejó salir el aire—. Está enamorada de un tal Sean.

— ¿Qué?

—El chico es pobre, pero ella está enamorada.

— ¿Ese es su impedimento para casarse contigo?

—Al parecer.

—Increíble. ¿Por qué las mujeres son tan estúpidas? Cada día me asombro más.

—No, ella no parece estúpida. Me pareció que es inteligente… un poco ingenua, pero inteligente.

—Ah, la apruebas.

—Completamente. Su pequeño defecto es el novio que tiene, y no soy yo—. Robert se echó a reír.

—Tal vez haya que hacer algo al respecto.

— ¿Borrarle la memoria a Jennifer Hendricks?

—Hay más de una manera de cazar liebres.

—Si lo dices tú…

—Te lo digo yo —sonrió Robert—. Yo me hago cargo. En unos días, Jennifer te rogará que te cases con ella.

—Ten cuidado con lo que haces.

—Todo legal, muchacho. Fue nuestro acuerdo.

—Espero que no lo hayas olvidado.

—Claro que no. Nos vemos mañana, entonces—. Jeremy cortó la llamada sin añadir nada más, y siguió mirando la carretera.

Olfateó su mano. En ella había quedado un resto del perfume de Jennifer cuando la había atrapado evitando que lo abofeteara.

Ah, delicioso, cautivante, delicado. Tal como ella.

Necesitaba un par de horas más a su lado para comprobar otras cosas acerca de ella, pero por ahora, le estaba gustando mucho.

Por primera vez, deseó que una mujer pusiera su interés en el dinero por encima de sus sentimientos.

Ironías de la vida.

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