Capítulo 4

—Esperen, esperen —ambos me miraron—. ¿Por qué a él sí lo deja pasar? ¿No cree que eso es sexista? —sonrieron.

¿Por qué habían sonreído? ¿Era la única que pensaba que, además de todo, se estaban burlando de mí?

—Además, no querrá dejarlo entrar, él es un tipo depravado —extendieron su sonrisa.

—Me disculpó por ello —el desconocido habló—. Supongo que está tanga me delata —sacó mi tanga de su bolsillo, mostrándola como si nada.

Ofendida, abrí la boca de par en par. Mira que tenía unas buenas agallas para ser un total descarado.

—Por la tarde te metes a mi habitación, semidesnuda, me regalas tu tanga ¿y dices que yo soy el depravado? —el hombre que permitía el acceso al restaurante, bajó la mirada, conteniendo la risa.

—Eso ... eso no es mío —contesté avergonzada.

—¿Compartes la mesa conmigo o no?

—¡Prefiero salir a comer perros calientes que cenar contigo!

—Buena suerte buscando esa basura.

—Si gusta, puedo indicarle la ubicación de los demás restaurantes, alrededor —dijo el hombre del acceso—. Aunque tengo que advertirle que no encontrará mejor cena que en nuestro restaurante.

—¿Lo ves? —el desconocido se acercó a mí—. Cena conmigo, trataré de mantenerme callado toda la noche y dejaré de pensar que eres una cobarde.

—Bien, pero que quede claro que haré un reportaje de este lugar, en el cual, mencionaré como tema principal "el machismo" —sin agregar más, entré al restaurante.

Abdou, el hombre que permitía el acceso, —así se llamaba—, nos pidió seguirlo y pronto me sorprendió cuando nos llevó a una mesa privada, nos retiró el asiento para nuestra comodidad, haciéndonos quedar frente a frente, enseguida, él se retiró y nuestro mesero tomó la orden de nuestras bebidas.

—¿Le gustaría ordenar algo más?

—Si por favor —lo miré—. Quiero el salmón en salsa dulce, pero que la ensalada tropical no lleve nuez ni fresa.

—Enseguida, señorita —me sonrió y miró al desconocido—. ¿Para usted lo de siempre, señor? —fruncí el ceño.

¿Lo de siempre?

«Rayos. ¿De qué me estoy perdiendo?

—Por favor —asintió.

—De acuerdo, volveré más tarde —se fue.

—Así que ...

—Creí que te mantendrías callado —lo interrumpí.

—Ah, si, eso no va a pasar —sonrió—. No sé quedarme callado, así que tendrás que soportarme.

—Pues si no me queda de otra.

—Entonces dime, ¿qué te trae por aquí?

—Haber, si lo que prefieres es hablar, pues tendrás que hacerlo contigo mismo porque yo no entablaré una conversación contigo ¿estamos claros? Sólo compartiremos la mesa como dos extraños ¿de acuerdo?

—Tu tanga está en mi bolsillo, no veo cómo podríamos ser dos extraños —lo miré con fastidio—. Además, con lo parlanchina que eres, dudo que te quedes callada siquiera tres segundos —le di una sonrisa fingida y molesta.

—Ya, como me vuelvas a decir parlanchina, te mato, ¿me oyes? —se encogió de hombros.

—Fingiré que no escuché tu amenaza, digamos que no tienes la pinta de ser una asesina.

—Yo que tú, no me confiaría.

—Me arriesgaré —volvió a encogerse de hombros.

—Eres un tonto prepotente.

—Y tú, una mujer menopáusica —por enésima vez, ofendida, abrí mi boca y ojos.

¿A este imbécil qué le pasaba? ¿Quién demonios se creía para hablarme así?

—¿Menopáusica? Tengo 25 años, tipo tonto, además, ¿qué tienes en contra de las mujeres con menopausia? —comenzó a reír—. Ese comentario tan machista y sexista ya te habría hecho viral en las redes sociales, te hubieran acabado como el vil imbécil que eres.

—Oye, tranquila —habló sin dejar de reir—. No tienes porqué ofenderte si no tienes menopausia.

—Me insultas al siquiera expresarte de esa forma sobre las mujeres.

—Bien, si no eres menopáusica, entonces eres una amargada y un tanto histérica.

—¿Sabes qué? —arrojé mi servilleta en la mesa y me puse de pie—. ¡Prefiero quedarme sin una estúpida cena que tener que pasar el tiempo con un hombre tan hueco como tú!

—¡Wow, wow! Espera, espera —también se puso de pie—. Comencemos de nuevo ¿quieres?

—Pues discúlpate —exigí con los brazos cruzados—. De rodillas —comenzó a reír con fuerza.

—Si, no voy a hacer eso.

—Lo sabía, un chico tan hueco como tú, jamás lo haría.

—Un chico que no se humilla, querrás decir —de nuevo sonreí irónica.

—¡Un chico-tanga-masturbador y hueco, jamás lo haría! —me di la vuelta y caminé, decidida hacia la salida, pero antes de dar más de cuatro pasos ...

—¡Por favor, señorita! —me giré al escucharlo.

Se había puesto de rodillas, una de sus manos estaba detrás de él y la otra sobre su corazón. ... ¡Por dios! Sólo bromeaba, ni siquiera se me ocurrió pensar que lo haría.

—¿Sería usted tan amable de aceptar mis más sinceras disculpas?

—¿Qué más? —frunció el ceño ante mi pregunta.

—Ah, si, y soy un idiota por hacer ese comentario sobre la menopausia, ¿me disculpas?

—Pues si no me queda de otra —hablé indignada y regresé a la mesa.

—¿Sólo eso? —se puso de pie—. ¿Me hiciste ponerme de rodillas para esa simple respuesta? —me encogí de hombros.

—La verdad es que no creí que lo fueras a hacer.

—Yo menos —extendió su mano con una sonrisa en el rostro—. ¿Una tregua?

—Los insultos hacia ti, se quedan —estreché su mano.

El contacto con su piel, me hizo tener un ligero escalofrío. Posiblemente, era estúpido, pero eso fue lo que sentí.

—Eso es injusto, pero me gusta mi nuevo apodo de "chico-tanga-masturbador" —sonreí—. ¿Qué? —me miró divertido—. ¿Qué fue eso? ¿Una sonrisa sincera?

—¡Cállate! —espeté aún sonriendo—. Y ... ya que hicimos una tregua ¿quién rayos eres tú?

—James Castelfranco —besó el dorso de mi mano—. Es un placer —fruncí el ceño.

¿Por qué me era conocido ese apellido?

Desvíe la mirada a la servilleta que había arrojado anteriormente y leí el mismo apellido, bordado en la esquina de esta misma, ... entonces, comencé a comprender muchas cosas. Del como sabía tanto de mí, mi número, mi apellido, la habitación en la que me hospedaba ... Este tarado podría ser nada más y nada menos que ...

—¿Eres el dueño de este hotel?

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