La semana se arrastra lentamente, y cada día parece dejar un peso mayor sobre los hombros de Marina. Desde la última conversación que tuvieron en su despacho, ella y Víctor no habían vuelto a intercambiar palabra alguna que no fuera sobre trabajo. Cada interacción entre ellos era formal, fría, como si un muro invisible se hubiera levantado.
El viernes por la tarde, mientras organizaba unas carpetas sobre el nuevo caso en el que Víctor estaba trabajando, su teléfono suena y el identificador indica que es él.
— Sí, señor Ferraz — responde, con un tono profesional, al atender.
— Venga a mi despacho. Ahora mismo — ordena él, colgando enseguida, sin ningún otro detalle.
Ella respira hondo, intentando calmarse, antes de levantarse y caminar en dirección a su oficina. Su corazón late un poco más rápido, no importaba cuántas veces tuviera que enfrentarlo en el ambiente laboral; siempre sentía una tensión, un nerviosismo silencioso al estar cerca.
Al llegar, golpea suavemente la puerta antes d