La joven, al salir de aquel lugar, llevaba el corazón en la palma de su mano, roto y sangrando. Sus pasos son rápidos para que nadie comience a especular sobre su vergonzosa salida de esa mañana, un jueves. No quiere dar explicaciones cansonas del porqué se está yendo de ese lugar. Sabe que a más de una persona le dará cierto placer verla salir con el rabo entre las piernas y hasta se burlarán de su nueva condición.
—Él solo es un estúpido egocéntrico— murmuró muy molesta al pensar en las pretensiones de su jefe. Sus ojos vidriosos tanto por la ira que se desarrolla dentro de ella como por el dolor de perder el sustento de su día a día. Lo que a ella más le preocupa es el dinero para conseguir los nuevos medicamentos para su padre, el cual ahora no va a tener —. ¡Que vaya con su santa mujer a rogarle, porque yo no soy de las que ruegan! Por mí puede arrodillarse que no pienso volver a este lugar.
Sin que ella se diera cuenta desde la distancia, unos ojos cafés la miran con una enorme