Silas.
Al terminar el trabajo que me mandó el señor Mirchi, sentí una fuerte punzada en mi corazón y el olor de mi luna muy, pero muy cerca de mí.
Supe que corría un grave peligro, porque ese hilo que unía nuestros corazones, empezó a quebrarse dentro de mi pecho.
«Ayuda, por favor» escuché su voz en mi cabeza.
Me quité los guantes y los tiré a la basura. Le avisé al señor Mirchi por mensaje de texto que me iría por un asunto urgente. Cumplí mi parte, matar al objetivo, que él se encargue de limpiar.
—Maldición… —dije.
Subí a mi auto, me guié por el olor dulce que desprendía Naomi. Si no había ido a visitarla, era por mi trabajo. Estuve tan ocupado, que ni siquiera encontré un hueco en mi agenda para verla.
Ya sabía que estaba embarazada, porque su olor se mezclaba con otro…
Me estacioné en la calle, vi un suéter tirado en la acera y lo llevé a mi nariz. Inhalé hondo, abriendo mis fosas nasales. Cerré mis ojos para concentrarme.
Ella corrió, corrió hasta adentrarse en el espe