Hannah miró a Isabella, cada vez más preocupada. Desde el día anterior su suegra había estado actuando raro. No era algo evidente para cualquiera, pero ahora que la conocía mejor podía notarlo con facilidad. A veces la sorprendía observándola fijamente; otras, la encontraba en silencio, con la mirada perdida, como si sus pensamientos estuvieran a kilómetros de distancia. Justo como en ese momento, en el que ni siquiera parecía haberla escuchado.
No le había hecho preguntas porque no quería ser entrometida, pero ya no podía seguir actuando como si nada sucediera. Quería ayudarla si estaba en sus manos hacer algo; y si no, al menos podía ofrecerle una persona con quien desahogarse.
—¿Isabella? —llamó suavemente, colocando una mano sobre la de ella.
Su suegra la miró como si recién recordara que estaba allí, y enseguida le dio una sonrisa maternal.
—¿Estás bien?
—Si.
—¿Segura? Desde ayer en la tarde siento que algo te está molestando. Si hay algo que pueda hacer para ayudarte…
Isabella